La caseína es la proteina más abundante en la leche de vaca, muy adecuada para las vacas, pero los humanos no podemos digerirla bien. Después de la digestión, en el intestino quedan fragmentos de esta proteína que atraviesan la barrera intestinal y provocan la estimulación de la mucosidad en las vías respiratorias. Esta reacción se produce entre 12 y 15 horas después de su consumo, como demuestra este estudio (en inglés).

La leche de vaca, además, contiene 22 proteínas alergénicas. (Recordemos que la leche de soja también es alergénica). La leche de vaca también puede ser la causa de bronquitis y neumonías. La leche de vaca produce más mucosidad que cualquier otro alimento, un moco espeso, denso, que obtura todo el sistema respiratorio del organismo, que atasca las membranas mucosas e invita a la enfermedad. La fiebre del heno, el asma, la bronquitis, la sinusitis, los resfriados, el goteo nasal y las infecciones de oído se deben principalmente a los productos lácteos. En general, también son la causa principal de las alergias.

Existen dos enzimas, la renina y la lactasa, que son las encargadas de descomponer y hacer digerible la leche de vaca. Dichas enzimas, en casi todos los seres humanos, dejan de producirse alrededor de los tres años. Cuando la leche entra en el organismo y no encuentra dichas enzimas, sucede que el estómago tiene que hacer esfuerzos considerables por digerirla, y, a pesar de su enorme trabajo para que el alimento sea asimilado, no lo consigue del todo, así que la leche se queda en los intestinos adherida como una especie de pasta difícil de remover. Con el tiempo, estas adherencias se fermentan, se secan, se hacen una especie de costra que, con los años, da lugar a muchas enfermedades, entre las cuales encontramos problemas de la tiroides, diabetes, alergias de todo tipo, intolerancia a ciertos alimentos, excesos de flemas y mucosidades, tos y catarro, etc.

Los seres humanos somos los únicos que ingerimos leche de otro animal, y además seguimos tomándola después del periodo de lactancia. Cada animal produce una leche específica para su especie que tiene una estructura biofísica específica. La leche contiene una hormona del crecimiento que es buena para la vaca, pero en los humanos puede causar alteraciones, como el avance de la menstruación en las niñas. Las vacas, por ejemplo, tienen 4 estómagos, y llegan a la edad madura a los 2 años, momento en el que dejan de tomar leche.

La leche se toma por su alto contenido en calcio. Pero curiosamente, en países como Estados Unidos, el mayor consumidor de leche, es donde se dan más casos de osteoporosis. El Proyecto Cornell Oxford-China de Nutrición, Salud y Medio Ambiente, demostró que la leche animal desmineraliza a los adultos. Comprobó que las mujeres que no tomaban leche de vaca y su único alimento eran el arroz, los vegetales, la soja y sus derivados no padecían osteoporosis. Y que, sin embargo, si dejaban esa dieta e introducían la leche de vaca sus niveles de calcio bajaban y aumentaba la incidencia de esa patología. Se puede reducir el riesgo de osteoporosis reduciendo el consumo de sodio y proteína animal en la dieta, aumentando el consumo de frutas y verduras, haciendo ejercicio, y asegurando un adecuado consumo de calcio procedente de vegetales tales como las hortalizas de hojas verdes, las legumbres y los frutos secos. Por ejemplo, una ración de brócoli contiene tanto calcio aprovechable como un vaso de leche, además de muchos otros nutrientes saludables.

Los procesos de esterilización (pasteurización, UHT, etc.) se nos han vendido como una medida de seguridad para el consumidor, para eliminar todos los gérmenes. En realidad, estos procesos no «higienizan» la leche (continúa igual de sucia, con pus, sangre, antibióticos, hormonas), pero transforman sus cualidades convirtiéndola en un producto «muerto». Al estar muerta, lo que sí se consigue es hacerla menos perecedera, es decir, que dure en los almacenes durante muchos meses, evitando pérdidas económicas. La máxima expresión de esto es separarla en sus ingredientes o transformarla en leche en polvo. Pero los procesos de esterilización, basados en calor, alteran las sustancias nutritivas (proteínas, vitaminas, enzimas…), y junto con los aditivos que se incorporan, sólo consiguen agravar los problemas.

Por otro lado, la industria láctea está constantemente renovando sus líneas de productos: si la leche entera es mala para el colesterol (la leche entera es uno de los alimentos que aportan más colesterol al organismo), inventan la leche desnatada; si la desnatada «parece» agua, se hace la semi-desnatada; si al desnatar pierde las vitaminas liposolubles, se añaden vitaminas A y D; si tienes riesgo de osteoporosis, añaden calcio; si tienes más colesterol, sacan la leche con Omega-3 (aceites procedentes de pescado), para facilitar la digestión, leche baja en lactosa; si necesitas fibra, leche con fibra; para niños en crecimiento, está la leche con 12 vitaminas y minerales… Lo que nos venden es un «brebaje industrial» que nada tiene que ver con el producto «natural» original y sus supuestas virtudes.

La producción de lácteos desnatados genera un excedente de nata, y la mejor forma para no dejar perder esta nata es introducirla en la elaboración de otros alimentos. Esta es la razón por la cual, aunque muchas personas crean que toman poca o nada de leche, muchos de los lácteos que se ingieren llegan de forma camuflada. Hoy en día es realmente difícil encontrar un producto de panadería (pan de molde, galletas, bollería, etc.) que no lleve algún lácteo (nata, sólidos lácteos, suero, proteínas de leche, leche en polvo).

Un grupo estadounidense de médicos independientes, el PCRM (Comité de Médicos por una Medicina Responsable), publicó un estudio científico en el que se daban las razones principales para evitar los lácteos, entre ellas destacan:

·Diversos tipos de cáncer han sido relacionados con el consumo de lácteos, como el de ovario (por la incapacidad de descomponer la galactosa), y los de mama y próstata (presumiblemente asociados al aumento de una sustancia que contiene la leche llamada IGF-1 o factor de crecimiento similar a la insulina).

·La diabetes dependiente de insulina (tipo I o inducida en la infancia) está asociada al consumo de lácteos. Estudios epidemiológicos de diversos países muestran una fuerte correlación entre ella y el uso de lácteos.

·La intolerancia a la lactosa es común en muchas personas, especialmente entre los de razas no caucásicas. Los síntomas, que incluyen molestias gastrointestinales, diarrea y flatulencia, suceden porque estos individuos no poseen los enzimas que digieren la lactosa.

·El consumo de leche puede que no proporcione una fuente consistente y fiable de vitamina D en la dieta.

·Se suelen utilizar comúnmente hormonas sintéticas para las vacas lecheras con el fin de aumentar la producción de leche. Debido a que las vacas están produciendo cantidades de leche que la naturaleza jamás previó, el resultado obtenido es la mastitis, o inflamación de las glándulas mamarias. Su tratamiento requiere el uso de antibióticos, y se han encontrado restos de ellos y de hormonas en muestras de leche y otros lácteos. Los pesticidas y otros medicamentos también son contaminantes frecuentes de los lácteos.

·Las proteínas, el azúcar de la leche, la grasa y la grasa saturada de los lácteos pueden representar riesgos de salud para los niños y conducir al desarrollo de enfermedades crónicas tales como obesidad, diabetes y formación de placas ateroscleróticas que pueden conducir a problemas cardíacos.

En resumen, cualquier persona que se preocupe por la salud debe plantearse la cuestión de si el consumo de productos lácteos es realmente indispensable, como parece que se empeñen en recomendar los especialistas. Esto nos ha creado una falsa idealización de los derivados de la leche, que nada tiene que ver con la realidad. Existen muchos indicios para pensar que en realidad pueden acarrear problemas de salud. La leche y demás lácteos no son necesarios en la dieta, y tenemos formas de reemplazarlos por otros alimentos más saludables. Si nos preocupa que dejando la leche podamos sufrir de una carencia de calcio, tranquilos, esto se puede suplir, si es que ya no lo estamos haciendo consumiendo legumbres, frutas, verduras, arroz, frutos secos o algas, es decir, siguiendo una dieta equilibrada.

Si queréis probar una dieta sin lácteos, podéis probar a tomar leches vegetales (soja, arroz, avena, almendra, avellana, etc…), margarinas 100% vegetales, postres de soja, tofu, etc… Tengamos en cuenta que el brócoli, las nueces, las verduras de hoja verde oscura, el amaranto, la miel, la avena, la naranja, el polen, la alfalfa, la levadura de cerveza, el coco, las almendras (sobre todo las almendras) son alimentos ricos en calcio. Dos almendras contienen el doble de calcio que un vaso de leche, que además al ser de origen vegetal no es perjudicial para la salud.

Fuentes:

http://www.etselquemenges.cat/fills/mocallos-pren-te-la-llet-o-millor-no-te-la-prenguis-571

http://www.notmilk.com/

http://www.cherada.com/articulos/fch117-s507-p30204-la-leche-mala-para-la-salud-10-consecuencias-de-su-consumo

http://www.alimentacion-sana.com.ar/informaciones/novedades/lacteos.htm

http://www.taringa.net/posts/salud-bienestar/4588986/La-leche-de-vaca-es-mala-para-la-salud.html